martes, 29 de noviembre de 2011

MI MOTO NO BOTA ACEITE, MARCA SU TERRITORIO II


Comprenderán que la señorita en cuestión no quiso volver a verme, en su casa pasé a ser odiado, razones tenían, en fin, la causa se abrió en un Juzgado de Policía Local, en esos tiempos estudiaba Derecho, del de verdad si poh, no este que acorta las materias, que deja ramos fundamentales como optativos, de ese que te daba las herramientas necesarias para interpretar cualquier norma jurídica que tuvieses al frente. Y con los escasos conocimientos que tenía en ese entonces a mi haber, logré (sin pagarle a nadie) que la sentencia fuera mínima, la suspensión de licencia oficial de seis meses se transformó en la práctica en años, queridos y hermosos años de metro y micros amarillas, con un único recorrido que me dejaba relativamente cerca de mi casa (perdón, error histórico, a esas alturas aún vivía en casa de mis viejos), la famosa 390 con ese seductor olor a orina y jornaleros saliendo recién de la obra, en otros horarios el aroma era simplemente a rodilla, es decir, entre poto y pata.
Recuerdos que pueden marcar una etapa romántica con sabor a lucha social, sobre todo cuando los choferes te tiraban las monedas por la cabeza al momento de pagar escolar o algunos malhechores te robaban la billetera, que sin duda sería muy mal negocio, pues de billetera sólo tenía el nombre, una hora y media pa allá, otra hora y media pa acá, estudiando, leyendo, calentando materia, durmiendo, sentado con señoras que pegaban codazos a tus costillas, recordando penas de amor, proezas académicas o simplemente viendo a la niña de ojos azules y falda corta en verano, algunas tradiciones como despertar en el terminal del recorrido después de dar un examen final, saltar hasta pegarse en el techo con algunos lomos de toro improvisados, un sinfín de detalles que pasan en una hora y media promedio.
Eso no podría continuar, no señor, para un ser antisocial como yo era el acabose, hasta que un amigo me dijo por ahí, comprendiendo el trauma oculto que tenía: ¿Y por qué no te comprai una moto? Si, fue un click que se hizo en alguna parte de mi, una moto solucionaría muchos problemas, mis costillas no aguantaban ya los codazos, mis fosas nasales estaban expectantes de la resolución, así que comencé a ver motos, cotizar, era el inicio del imperio de motos chinas, recién llegadas al mercado, maravillas en dos ruedas, 35, 40, 42 kilómetros por litro daban, sin duda un extraordinario ahorro, sólo una cosa me detenía, alguna vez había tomado una moto y había terminado casi estampado en una pared, tonteras de cabro chico, pero mi afán de independencia podía más, juntado el dinero con esfuerzo, más un préstamo de mi viejo, adquirí una moto y no cualquier moto, nada más ni nada menos que una scooter (lo se, imaginen y rían) 125 centímetros cúbicos de pura potencia con una velocidad máxima de 90 kms. por hora (en bajada pronunciada y con viento de cola) de un sobrio color blanco con rojo, si hubiese sido juguete seguro pasaría como accesorio de Barbie, pero era mi moto poh, mi primera moto, que con mi inexperiencia a la primera estacionada se cayó hacia la izquierda quedando inmediatamente con un espejo menos, aaah recordé ¿Qué me habían dicho de comprobar que la pata estaba bien puesta?
No salgas con lluvia, no la dejes sin cadena, mira siempre por los espejos, toma las curvas con la rodilla hacia abajo, no la sobre cargues, ni se te ocurra tomar cuando conduces… Resulta que ahora todos sabían andar en moto menos yo.
Por otra parte: ¿Tenís moto? ¿Una scooter? Pero eso no es moto poh ¿De qué color me dijiste que era? ¿Esa es? Naa! Tonteras pensaba, esa era mi moto y yo iba donde quería con ella, claro, dentro de la ciudad, porque con un pique largo podía fundirle el motor, pero era ¡mi moto!

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