jueves, 25 de octubre de 2012

MI DERECHO Y MI DEBER



Por @marielardilla

Tras el proceso de independencia (1810-1823) Chile se enfrentó al desafío de decidir el camino a seguir tras 282 años bajo el dominio español. Una de las prioridades fue el establecer el marco constitucional que regiría a la nueva república, siempre bajo el precepto de orden social consensuado por la elite tanto pipiola como pelucona.

En este sentido, establecer una definición clara de qué se entiende por ser ciudadano tuvo un rol preponderante en la tarea de los juristas decimonónicos.

Para Juan Egaña quien promulgó la llamada Constitución Moralista el 29 de diciembre de 1823 era “ciudadano con egercicio [sic] de sufragio en las Asambleas electorales todo chileno natural o legal que habiendo cumplido 21 años o contraído matrimonio tenga alguno de estos requisitos:
1.Una propiedad inmoble de doscientos pesos.
2. Un giro o comercio propio de quinientos pesos.
3. El dominio o profesión instruída en fábricas permanentes.
4. El que ha enseñado o traído al país alguna invención, industria, ciencia o arte, cuya utilidad apruebe el Gobierno.
5. El que hubiere cumplido su mérito cívico.
6. Todos deben ser católicos romanos, si no son agraciados por el Poder Legislativo;

Es decir, en los albores de la república quien decidía quién gobernaba a peones, gañanes, chinganeras y labradores era la elite, pues más del 80% de la población era analfabeta y por cierto no eran propietarios. Mención honrosa amerita el requisito de ser católico romano.

En 1828 José Joaquín de Mora redactó la “Constitución Liberal” que si bien mantenía el voto censitario le otorgaba derecho a sufragio a quienes “hayan servido cuatro años en clase de oficiales en los ejércitos de la República”, es decir a la Guardia Nacional cuya composición base eran hombres que no tenían cargos públicos ni militares, es decir artesanos. En consecuencia la Constitución de 1828 amplió mínimamente el espectro electoral hacia un sector distinto de la elite. Sin embargo esto no duraría mucho ya que en 1833 y bajo la influencia de Diego Portales viera la luz la Carta Fundamental que nos rigió por casi 100 años.

La Constitución de 1833 reivindica la elitización del sufragio suprimiendo como ya dijimos el voto a los integrantes de la Guardia Nacional y obligando a los ciudadanos a inscribirse en los registros municipales tres meses antes de cada elección.

A lo largo del siglo XIX muchas reformas se hicieron en términos electorales siendo una de las más significativas la de 1874 en donde se elimina el requisito de tener renta para votar. Sin embargo pese a que se amplió el potencial de votantes en la práctica no aumentó mucho debido a que se mantuvo el requisito de saber leer y escribir y el de inscribirse por lo que tras la reforma tan sólo un 5.1% de la población votó en 1876. Era el fin del voto censitario, sin embargo seguía siendo un privilegio masculino.

Las reformas de 1888, 1890 y la ley de la Comuna Autónoma de 1891 alejaron al poder ejecutivo de la intervención electoral directa y crearon un padrón electoral permanente, así los ciudadanos dejaron de inscribirse para cada elección.

El siglo XX, pese a todos los vicios del período parlamentario donde el cohecho era el rey, trajo un aumento significativo de los votantes, sobre todo tras la campaña de 1920 donde Arturo Alessandri Palma puso a la querida chusma en el centro de su discurso. La Constitución de 1925, sin embargo, mantuvo el voto masculino para los alfabetizados y que estén inscritos en los registros electorales. Junto a eso, las mujeres paulatinamente empezaron a organizarse y a exigir el voto femenino el que se proclamó 1935 permitiendo el sufragio en las elecciones municipales y en 1949 durante la presidencia de Gabriel González Videla se promulgó la ley Nº 9.292 la que permitió a las mujeres votar desde entonces en elecciones parlamentarias y presidenciales.

En 1958 se empezó a usar la cédula única de votación, en 1969 votaron los no videntes y en 1972 los analfabetos

El proceso de ampliación electoral que desde 1823 vivimos siempre en constante crecimiento, si bien no exento de polémica y rechazo por parte de los sectores mas conservadores, fue frenado de un plumazo por el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. La dictadura frenó todo lo que se había logrado en cuanto a participación electoral y democratización del sufragio.

En una línea opuesta, el voto fue usado por la dictadura para legitimar una constitución emanada de un puñado de juristas leales a Pinochet e instrumentalizando el ejercicio cívico convocó a una atemorizada población a las urnas en 1980.

Desconfiando del sistema y de la transparencia que pudiera darse, sin embargo, millones de personas se la jugaron en 1988 por recobrar la democracia a punta de papel y lápiz.

Si bien la democracia amarrada por el binominal y amordazada por la constitución de 1980 no es perfecta nos costó sangre y dolor reconquistarla.

Después de haber hecho este sucinto recorrido por nuestra historia republicana donde miles de palabras se quedaron en el tintero, termino con una reflexión respecto a la promulgación de la inscripción automática y el voto voluntario.

En un sistema republicano el derecho a voto implica por cierto el deber de ejercerlo. Es la manera en como la soberanía que reside en cada uno de nosotros se manifiesta de la manera más simple: un voto, una persona.

Y es un deber por cuanto debemos hacernos responsables de las decisiones que nos atañen desde lo más concreto a lo más abstracto. Desde el municipio a La Moneda.

Es a través del sufragio que se manifiesta el acuerdo o descontento frente a los candidatos y sus propuestas, por eso el voto debe ser informado y si ningún candidato lo representa vaya y vote nulo, pero vote.

Las elecciones y el sufragio son los mecanismos que la república tiene para moldearse a los nuevos tiempos y modificar sus imperfecciones.

Si usted no va a votar, ¿Cómo pretende lograr cambios? Votar no es excluyente a marchar en ningún caso. Es más, ojalá se marche, de discuta, se critique y se informe. Ahora bien, evidentemente usted puede libremente decidir no ir a votar pero tenga presente que cuando la vía electoral se ningunea de a poco empiezan a asomarse los fusiles a través de las rejas de los cuarteles.

Más de 180 años luchando generación tras generación por el derecho a voto. No, yo no lo voy a perder. En memoria a los que pelearon por el sufragio universal, por las generaciones que vendrán y que requieren de un ejemplo cívico y en virtud de mi deber ciudadano es que yo voto.